miércoles, 3 de octubre de 2007

Crónica de una pasajera desesperada

Ayer corrí un rally y nadie me contó que lo haría. Suena el despertador, me levanto, voy al baño, mi miro al espejo y otra vez más reniego de lo terriblemente despeinada que estoy. El café y las cuatro galletas de salvado son la rutina que prosigue a esa mañana que como todas comienza a las 5.10 am. Espero los dos bocinazos, salgo de mi casa y me día comienza. La mañana transcurre de forma habitual. Son las 13.00, hora de salida, tomo la cartera, saludo a los colegas y parto a la intersección de Cañada y Colón en donde tomo el Central Azul, colectivo que me devuelve a mi casa todos los días.

Se larga la carrera…

Cospel en mano y ya viendo el aglomerado de gente que cual vacas se movían adentro del colectivo, esbocé un ¡Hola! al conductor encargado de esa muchedumbre sobre ruedas. Aparentemente al pobre hombre nadie lo saluda porque linda cara de enojado cargaba el amigo y tan solo me miró y prosiguió con un: ¡Circulen todos para atrás por favor! Allá fui para atrás como me había pedido (confieso que su cara me aterró)
De ir sentada ni hablemos… con la cartera en la mano derecha, la campera y otros dos abrigos en la izquierda (siempre salgo abrigada y termino siendo un perchero humano), logré estabilizarme tras los empujones de una “sospechosa y corpulenta” señora que temió le robe ese asiento que vislumbraba el único espacio no rellenado. Primer parada al frente de la galería Rex, segunda parada un tanto más adelante y todos ¡pa arriba, pa abajo, pa el centro y pa adentro! No miento si les digo que el “Schumacher del transporte público” conducía a 100 kilómetros por hora. Los pasajeros empezamos a tambalear y cada vez se tornaba más difícil mantener el equilibrio, una frenada, dos frenadas y chau cartera, chau abrigos y chau pelo peinado y domado a las 5.10 am. La “señora corpulenta y sospechosa” cayó de rodillas en el pasillo (tal vez por lo mala que fue con el empujón que me dió antes, ajjajaj mentira pero lo pensé), un señor de unos 65 años aproximadamente se golpeó con otro que sostenía un nene, y así, cual fichas de dominó, nosotros “las vacas sobre ruedas” empezamos a caer y golpearnos. “Smile el conductor” no se dio ni por aludido hasta que un episodio colmó la paciencia de todos: en una de las paradas mientras una chica bajaba, el chofer arrancó dejando a ésta colgada de la puerta trasera ¡Pare un poco, que se piensa! gritaban algunos, ¡Ya lo dije yo, así no vamos a ningún lado! susurraban otros.
Hogar dulce hogar.

Ya las vacas éramos menos y por fin había llegado a mi meta. No se si me gané algún trofeo o medalla pero sí un terrible chichón en la pierna. Toque el timbre, el colectivo frenó y por miedo a salir despedida como la anterior joven, salté del colectivo llamando la atención de la vecina de la esquina que me vio mientras regaba. Había llegado a mi casa sana y salva pero sabía que al otro día tal vez me esperaba el mismo “Schumacher del transporte público”, otro chichón y porque no otra “sospechosa señora” que intentara corromper mi integridad física.

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